Siendo el ser humano tan complejo, tal vez sea difícil dimensionar la importancia que tienen las hormonas tiroideas -conocidas como T3 y T4-, y su crucial rol en la expresión de los genes, especialmente durante la gestación. Y a eso se ha dedicado la doctora Riedel, académica de la Facultad de Ciencias de la Vida de la UNAB: a comprender especialmente cómo la falta de la T4 en la madre durante la gestación afecta al sistema inmune y el sistema nervioso central del bebé.
Eliette Angel V.
Cuando niña, la doctora Claudia Riedel, investigadora de la Facultad de Ciencias de la Vida de la UNAB, escuchaba con atención los experimentos que su papá Ernesto (ya fallecido) realizaba en la mina de Chuquicamata. El ingeniero había montado un sistema de lixiviación de cobre (extracción del metal desde la roca) que hasta el día de hoy se utiliza. También veía a su mamá trabajar como docente de obstetricia en la Universidad de Antofagasta. Así las cosas, los sueños de la pequeña Claudia eran de una clara tendencia científica. “Soñaba que hacía experimentos para entender cómo se origina el pensamiento, pero siempre de la perspectiva biológica”, recuerda.
Contrario a lo esperado, sus papás se sorprendieron cuando les dijo que quería estudiar bioquímica en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Si bien esperaban que siguiera una carrera más “tradicional”, terminaron apoyando su decisión. Así que en 1988 llegó a la capital. “Fue una carrera súper difícil”, dice con su tono de voz suave.
Hoy, la doctora Riedel es una de las investigadoras principales del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia (IMII), entidad que agrupa a científicos de la UNAB, PUC y Universidad de Chile. Su línea de investigación es endocrinología e inflamación, específicamente, estudia cómo las hormonas tiroideas maternas durante la gestación afectan el sistema inmune de la progenie.
“Las hormonas tiroideas son el director de orquesta de las células. Éstas se unen a moléculas que regulan la expresión de muchos genes. De hecho, cambios en los niveles de las hormonas tiroideas modificarán la expresión de los genes, lo que alterará la función de las células y de los órganos, especialmente durante el proceso de gestación”, explica la investigadora, quien se integró como académica a la UNAB en 2005.
Mujeres mentoras
Inicialmente, en su tesis de bioquímico, la doctora Riedel partió investigando el sistema nervioso central. Quizás persiguiendo sus sueños de niña de entender cómo se origina el pensamiento.
Con la doctora Katia Gysling, especialista en estrés y adicción, la doctora Riedel comenzó a estudiar los transportadores: moléculas que toman a los neurotransmisores -los mensajeros del sistema nervioso- desde espacio sináptico (espacio que existe entre una neurona y otra) hacia el interior de la célula.
“Entonces son un blanco farmacológico. Por ejemplo, hay inhibidores de los transportadores de adrenalina o noradrenalina que se utilizan para tratar la depresión. Con la doctora Katia Gysling estudiamos el transporte de noradrenalina en un área del cerebro que participa en el estrés y la respuesta al miedo”, explica esta investigadora que cuenta con cerca de 100 publicaciones.
La curiosidad de cómo funciona un transportador la motivó a proseguir estudiándolos durante su doctorado en farmacología en el Albert Einstein College of Medicine de Yeshiva University, en Nueva York, EE.UU. Allí trabajó con la reconocida investigadora Nancy Carrasco, quien había recién descubierto el gen que codifica para el transportador de sodio yoduro, NIS (recuerde este nombre). Así fue como la doctora Riedel se aventuró en el estudio de este transportador clave para la función de la tiroides, iniciando un nuevo campo de investigación.
La tiroides es una glándula endocrina con forma de mariposa en la base del cuello, que requiere de un ingrediente fundamental, el yodo, para la síntesis de hormonas tiroideas. Este micronutriente se encuentra en pescados, mariscos y algas, como el cochayuyo. Como su ingesta no es habitual, hace 60 años que en Chile se ordenó que se le añadiera yodo a la sal para evitar el bocio endémico, el cual se caracteriza por un aumento del tamaño de la tiroides, a veces visible en el cuello, debido a un incremento en el número de células que capturan yodo para compensar la falta de hormonas tiroideas y así poder sintetizar más.
Chile con esta medida revirtió la alta incidencia de bocio endémico en la población. Idealmente el consumo diario de sal no debería superar los 3 gramos de sal diaria (una cucharadita de té rasa), que nos entregan los 150 microgramos de yodo que requerimos. Debido a que en los últimos 30 años la población chilena ha ido cambiando sus hábitos de alimentación, el consumo promedio de sal ha aumentado a 10 gramos diarios, lo que lleva a un exceso en la ingesta de yodo.
Por eso en 2019, el Gobierno de Chile reunió a varios expertos en temas de vitaminas y micronutrientes, incluyendo a la doctora Riedel, para hacer modificaciones en lo que respecta a las leyes de salud pública, incluyendo el tema del yodo en la sal. La propuesta fue bajar el rango de yodación de la sal, pero sin eliminarla. La especialista advierte que tampoco se debería suprimir el consumo de sal entre los infantes (6 meses a 3 años).
“Hoy en día, muchas mamás optan por no colocarle sal a la comida por temor al sodio. Esta decisión conlleva a que el niño no reciba yodo y como consecuencia se dañe el crecimiento y desarrollo del sistema nervioso central”, comenta.
Los extremos conectados: hiper e hipotiroidismo
Entonces, si una persona no recibe suficiente yodo, puede desarrollar hipotiroidismo, lo que significa que va a tener un metabolismo bajo y empezará a ganar peso, puede presentar problemas cardíacos, mala memoria o depresión. En el caso de las mujeres embarazadas con hipotiroidismo, la situación puede ser más compleja porque las hormonas tiroideas son muy importantes en el proceso de gestación. Los hijos pueden nacer con discapacidad intelectual, daño cognitivo, déficit atencional o enanismo. Por eso a las mujeres con esta condición, se les monitorea y trata constantemente.
Si la persona consume crónicamente mucho yodo podría generarse una inflamación en la tiroides desarrollándose hipotiroidismo autoinmune: el sistema inmune destruye la tiroides, y al final pasa a ser hipotiroidea.
Volvamos al ciclo del yodo. Después que lo consumimos, pasa al intestino, y ahí lo toma el transportador de sodio yoduro (NIS), que lo lleva a la sangre. Y luego, ¿cómo es que el yodo en medio de su extenso viaje llega exactamente hasta la glándula tiroidea? Nuevamente NIS, que se localiza en la tiroides, transporta el yodo desde la sangre a la célula de la tiroides. Ya dentro, tres átomos de yodo se unirán a otras moléculas formando así la hormona T3 (triyodotironina). Mientras que cuatro átomos de yodo darán origen la hormona T4 (tiroxina).
Madres proveedoras
Dato importante: Cuando somos bebés, nuestras madres a través de la lactancia nos entregan el yodo para que sinteticemos nuestras propias hormonas tiroideas. Pero antes, en el vientre materno (hasta la semana 20) las mamás hacen por nosotros el trabajo completo y nos transfieren T4. Y nos seguirán apoyando con sus hormonas durante todo el embarazo.
Pero, ¿qué pasa cuando la mamá tiene bajos niveles de T4? (condición conocida como hipotiroxinemia). “La madre se ve completamente normal, no se ven síntomas, pero es el hijo el que necesita T4, porque es la única hormona tiroidea que realmente cruza la barrera placentaria y llega al feto”, detalla la doctora Riedel sobre una de sus principales líneas de investigación, la cual comenzó a desarrollar una vez que terminó sus estudios en Nueva York.
A nivel gestacional, todas las células que están en ese feto, formándose y diferenciándose, van a ser afectadas. “Y eso queda como una impronta, un sello marcado, que hasta ahora se considera irreversible. Los mayores efectos de esta impronta se reflejan en la parte cognitiva del hijo y en modelos de estudio se ha visto que desestabiliza la respuesta inmune y el funcionamiento intestinal. Debido a que las enfermedades tiroideas son frecuentes en nuestro país, es importante saber qué pasa en Chile con las afecciones tiroideas en las embarazadas, porque además esto cambia mucho de una población a otra”, comenta la investigadora.
Y añade: “Hemos observado que en modelos de estudio la progenie gestada en hipotiroxinemia, responden de una forma más inflamatoria a desafíos autoinmunes porque su sistema inmune es mucho más agresivo”. Pero aún faltan varias piezas del puzzle para comprenderlo a cabalidad y así, ojalá, poder encontrar las estrategias más adecuadas para revertir el daño.
En aplicaciones más clínicas, la investigadora tiene un proyecto “Núcleo UNAB”, que incluye el trabajo con embarazadas y personal de salud de Centros de Salud Familiar (Cesfam) de la comuna de El Bosque y del Hospital el Pino (San Bernardo). Educan sobre la apropiada ingesta de yodo, los requerimientos para evitar dañar al hijo en gestación y la función tiroidea. Colabora con la doctora Cecilia Opazo (profesora de la Universidad de las Américas) y los nutricionistas Erwin Nuñez y la doctora Diana Rojas. También junto a la doctora Opazo está diseñando estrategias para monitorear de manera rápida y simple los niveles de T4 en embarazadas.
“Queremos aportar para que en nuestro país se formen científicos muy capacitados, que puedan contribuir con el conocimiento que ellos generan en el laboratorio para mejorar la salud de los chilenos”, opina.
Justamente, la doctora Riedel destaca la importancia de la colaboración. Trabaja con otras mujeres investigadoras, como las doctoras Susan Bueno y Lorena Mosso, de la PUC, y con investigadores internacionales, como el doctor Rodrigo Moreno, chileno que reside en Bélgica. “Todo esto no lo haces solo. Necesitas de una red de personas, de trabajar juntos, con una meta en común y mucha generosidad”, dice enfática la doctora Riedel, quien ha formado a una treintena de investigadores jóvenes (licenciados, de magíster, doctorantes y postdoctorantes).