Stefanie Massmann: detective de remitentes olvidados

Facultad de Educación y Ciencias Sociales 10 junio, 2021

Por Eliette Angel V.


Alrededor de 200 años llevaban guardadas las cartas de una monja chilena hasta que llegaron a las manos de Stefanie Massmann, entonces estudiante de doctorado en letras en la Universidad Católica (UC). Se las había mostrado su profesora María Ester Martínez (fallecida en 2011). “Me dijo: ‘Mira, tengo estas cartas y no sé qué hacer con ellas, las podríamos transcribir’.  Y yo me entusiasmé, las tomé y las transcribí enteras”, recuerda la doctora Massmann, académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la UNAB. Después de esa experiencia, realizó su tesis de Licenciatura sobre Sor Úrsula Suárez y Escobar, abadesa del monasterio de Santa Clara en Santiago y una de las primeras escritoras del período colonial.

Fue el primer contacto de la investigadora con las letras coloniales  (período que abarca desde el descubrimiento de Amércia en 1492 hasta 1810) que, con el tiempo, se convirtió en su campo principal de trabajo. Reconoce que escudriñar estos documentos es parecido al trabajo del detective. Le emociona poder ser interlocutora de algo escrito hace tanto tiempo y tratar de entenderlo, de alguna forma comunicarse y conocer en detalle a alguien que no conoció.

Su trabajo más reciente y en el que ya lleva dos años, es una edición crítica de un curioso y extraño manuscrito del siglo XVII del fray de la Orden de la Merced, religiosos que llegaron a Chile con el propio Pedro de Valdivia en 1541. Se trata de Juan de Barrenechea y Albis, nacido en Concepción probablemente en 1638 y fallecido en 1707. El texto, “La restauración de La Imperial y conversión de las almas infieles”, pertenece a la colección de la Biblioteca Nacional y tiene unas 500 páginas.

“Es una escritura barroca que comenta la historia de Chile, y busca un poco abogar por lograr la paz, para que se acabe la Guerra de Arauco (conflicto entre mapuches y españoles que se extiende de 1536 a 1772). Tiene una actualidad impresionante, en contra de esta política de la esclavitud, y a favor de la conversión. El fray pensaba que convirtiendo al catolicismo a los mapuches se iba a lograr la paz. Claro, hay que entenderlo en el contexto de que era eso o la cultura de la guerra, rapto, trabajo forzado y esclavitud. Hoy lo consideraríamos una colonización solapada”

comenta la doctora Massmann, quien realiza esta investigación junto a dos colegas de la PUC, Rocío Rodríguez y Lucía Martínez.

Romeo y Julieta indígenas

Para justificar sus argumentos, De Barrenechea y Albis incluye una novela que tiene protagonistas mapuches, una historia de amor entre Carilab y Rocamila, que se conocen y se enamoran, se separan, y se vuelven a juntar. De hecho, el autor es conocido por esta novela intercalada, que rescató y publicó el historiador chileno José Anadón, académico de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos). Ahora, Massmann y su equipo investigan el texto completo.

“Este fraile es genial.  Representa la figura del intelectual latinoamericano que empieza en un lugar marginal, que quiere hacerse oír y que, en el fondo, nadie lo lee. Muestra cómo estos intelectuales tratan de posicionarse”, comenta la doctora Massmann, quien se suma al Departamento de Humanidades de la UNAB en 2007, apenas finaliza su doctorado.

“El colonial es un periodo problemático, difícil, y los textos nos dejan testimonio de eso. Son más de tres siglos, en donde pasan muchas cosas, y siento que es un área en la que falta mucho por hacer”, opina Massmann. Una de sus contribuciones en relevar este periodo fue la coordinación de “La era colonial” (publicada en 2017), el primer volumen de la ambiciosa obra “Historia crítica de la literatura chilena”, editada por el reconocido crítico literario nacional Grínor Rojo y Carol Arcos.

La académica también ha estudiado épica y los relatos de navegantes. De hecho, su proyecto de Fondecyt de Iniciación fue ver a través de distintos diarios de navegación al Estrecho de Magallanes (descubierto hace 500 años, en octubre de 1520).

“Encontré cosas súper interesantes. Por ejemplo, contrario a lo que uno puede pensar, en muchos de estos textos, el mar está representado no como un páramo o un lugar desértico, sino como un espacio lleno de cosas, de animales, de sirenas, de lo que fuera, y también de barcos. Se imagina como un lugar de intercambio, entonces todo el tiempo están navegando, pensando si vienen los piratas, o los ingleses”, explica la doctora Massmann, quien antes de cursar su doctorado, trabajó realizando clases en un liceo politécnico y en un pequeño colegio privado.

A diferencia de los historiadores, que están más interesados en el contexto y la realidad histórica, el trabajo de Massmann apunta a la construcción textual de esa realidad.

“No me interesa cómo era el comercio marítimo en el siglo XVI, sino cómo los textos construyen una imagen del mar, que es una imagen cultural que tiene que ver con el valor económico y cuestiones sociopolíticas”, resume.

Colón versus Vespucio

Después la investigadora se enfocó en comparar los escritos de Cristóbal Colón (1451-1506), el “descubridor” de América, y Américo Vespucio (1454-1512), quien recién viaja al “Nuevo Mundo” en 1499, pero que aún así bautizan el continente en su honor. La investigadora cuenta que en sus cartas, Colón relata su viaje de una forma muy breve, como si hubiese sido muy rápido. “No pone énfasis en ningún problema, ninguna tormenta, nunca se pierde, es como ‘navegamos, y llegamos a América’. Porque claro, había ahí intereses económicos, entonces a Colón lo único que le convenía era hacer como que el viaje había sido fácil y rápido, porque de eso dependía su éxito”, relata entretenida la doctora Massmann.

En cambio, lo que leyó de Vespucio es diametralmente opuesto. En una de sus cartas de “Nuevo Mundo” dice: “Lo que verdaderamente sufrimos en aquella inmensidad de mar, qué peligros de naufragios (y cuántas incomodidades físicas padecimos, cuántas ansiedades afligieron nuestra alma), lo dejo a estimación de aquéllos que han conocido bien la experiencia de muchas cosas y de lo que significa buscar lo incierto y aún lo desconocido”.

“Vespucio implanta esta idea de descubridor que va hacia lo desconocido, que es lo que creemos hoy en día del conocimiento científico, que siempre va por lo nuevo. Vespucio viene a quebrar la concepción de la Edad Media del conocimiento fijo y dado. Entonces eso también es una revolución en cómo se hace el conocimiento y cómo se concibe”, agrega la doctora Massmann.

“Colón fue el primero en los hechos pero en su relato él no lo cuenta como si lo fuera. No solo porque buscaba pasar a las Indias, sino porque su objetivo era sobre todo comercial, de modo que la novedad de la ruta era secundaria para él. Vespucio sí tiene la conciencia y dice: ‘Estoy rompiendo las barreras de lo conocido’. Esa idea está en Vespucio, y no en Colón”, dice la investigadora y añade, entre risas, que se identifica más con Vespucio.

Y ya con la llegada de los españoles a América, sucede algo curioso. En general, son las personas con recursos y educación los que publican en Europa. Pero en el “Nuevo Continente” hay pocos de ellos y empiezan a escribir los soldados. Uno de los casos más famosos es el de Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a Hernán Cortés en la conquista de México. ‘Tengo una educación básica, no sé retórica, no sé cómo adornar mi historia. Pero yo viví la conquista de México, así que la voy a contar’, es el mensaje de Díaz del Castillo en su libro “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”.

Hijos de nadie

“Ese es un quiebre súper importante, una revolución. Salvo excepciones, la literatura escrita en toda la historia occidental es una práctica de la élite y para la élite. Entonces de repente aparecen escribiendo estos ‘hijos de nadie’, que más encima se hacen famosos, aunque no siempre en vida”, relata la doctora Massmann, madre de una niña de seis años.

Y añade: “Cuando la conquista se va asentando, esta actividad escritural queda en manos de sacerdotes y misioneros. En el caso de Chile, casi siempre escribían sobre la guerra de Arauco y la esclavitud, que acá fue autorizada en el siglo XVII. Fue una gran polémica, si es que era una buena idea o no, corrió mucha tinta”.

Para hacer sus investigaciones la académica debe escudriñar en archivos tras documentos hace tiempo olvidados. “Es un trabajo en sí mismo que requiere mucho tiempo, calma y lectura. Hay que ser como una enciclopedia, amplia, contextual, meterse en la historia, en teoría. Eso finalmente te va creando un criterio, ciertos parámetros, pero es algo que se consigue bien de a poco”, relata.

Los textos están escritos en un español similar al actual. Pero con retórica, estilo, vocabulario y una forma de presentar las cosas muy distinto. La ortografía no estaba normada como hoy, la Real Academia Española surgiría en 1713. “Entonces incluso la gente muy culta escribía un poco como le daba la gana, casi sin puntuación. Eso puede ser un poquito difícil, pero te acostumbras”, explica.

 

Por siglos, la escritura fue casi el único instrumento para plasmar la memoria. “Nosotros tenemos la gran ventaja de que podemos acceder a experiencias, reflexiones y narraciones de siglos de antigüedad  que nos puede servir en la actualidad, aunque hay que entenderlos en su contexto. El conocimiento del pasado no asegura que no volveremos a cometer los mismos errores, pero contiene una experiencia humana valiosa que puede ayudarnos a tener nuevas perspectivas sobre los problemas actuales”, reflexiona.

Para la investigadora, una de las cosas valiosas que entrega el trabajo en Humanidades es que preserva y revitaliza un acervo cultural que está ahí. “Nuestra capacidad de preservar y transmitirnos experiencias y reflexiones a través del tiempo nos hace más humanos, cómo no lo vamos a aprovechar”, finaliza.